Alejandra Pungo Garcia

Cuando estoy desnuda en el paisaje antes de estar frente a la  cámara de video la primera intención es que surja  una conexión con aquel espacio natural, uno no puedo llegar a esos espacios tan naturales, tan llenos de vida, sin ni siquiera antes haber abrazado un árbol de pino o un roble o caminar y de manera contemplativa rosar un pétalo de una flor, o sentir la textura de una hoja caída.

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La acción no puede empezar sino hay un permiso previo a aquellas energías que rodean aquel lugar, después de que surja esa conexión en aquel lugar solo quiero sentirme vulnerada, quiero que la naturaleza me invada, quiero encontrar esos fenómenos naturales y que me destruyan, me destruyan la piel o me hagan tomar conciencia que como ser humano he contaminado aquellos bosques, aquellos espacios naturales.

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Pretendo someterme al espacio, al clima a la temperatura; al frio al calor, a la lluvia, a la espesura de los helechos, incluso en esas caminatas encuentro elementos contaminantes como alambres de púa que se hibridan al cuerpo y el cuerpo en el paisaje. Una acción simbólica donde  la piel – tierra se cercan, en un juego de resistencia de límites y excesos de dolor.

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Las acciones piel- tierra es un acto seguido donde el tiempo influye, (persistir) en esa repetición constante de enredar y desenredar en este caso el alambre, o cuando pretendo destruir o autodestruirme utilizando como símbolo el cactus o tuna,  un acto seguido  de auto flagelo, de tortura pero  a la vez de resistencia, un acto de aguantar en el tiempo ese dolor. Cercar la tierra, cercar la piel como una manera simbólica de defender esos cuerpos paisajes de la morbosidad de la contaminación.

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Es así que esta presentación de acciones (performance) se materializa en el registro de una cámara de video, manifestar  inquietudes  dualidades y dicotomías (persistir- resistir). Porque un performance no dura solo en el momento, en esa repetición constante en el tiempo, persiste  en el rastro, en la cicatriz, en las sensaciones.